Misa del Papa en Santa Marta
Cuando los pastores se convierten en lobos
Obispos y sacerdotes que se dejan vencer por la tentación del dinero y de la vanidad del afán de hacer carrera, de pastores se convierten en lobos «que comen la carne de sus mismas ovejas». No usó medias tintas el Papa Francisco para referirse al comportamiento de quien —dijo citando a san Agustín— «toma la carne, para comerla, de la oveja, se aprovecha; hace negocios y está apegado al dinero; se convierte en avaro y también, muchas veces, en simoníaco. O se aprovecha de la lana por vanidad, para vanagloriarse».
Para superar estas «auténticas tentaciones» obispos y sacerdotes deben rezar, pero necesitan también de la oración de los fieles. La oración que el Pontífice mismo pidió el miércoles 15 de mayo por la mañana a quienes participaron en la celebración de la misa en la capilla de la Domus Sanctae Marthae.
El Santo Padre comentó las lecturas del día: la primera (Hechos de los Apóstoles 20, 28-38) «es una de las páginas más bellas del Nuevo Testamento», destacó. Relata la relación entre Pablo y los fieles de Éfeso, o sea, la relación del obispo con su pueblo, «hecha de amor y de ternura». De esta relación se habla también en el Evangelio de Juan (17, 11-19), «donde se encuentran algunas palabras clave» —explicó el Pontífice— que el Señor dirige a los discípulos: «velad»; «custodiad, custodiad al pueblo»; «edificad, defended». Y «Jesús dice al Padre: “consagra”». Son palabras y gestos que expresan precisamente una relación de protección, de amor entre Dios y el pastor, y entre el pastor y el pueblo. «Esto —precisó el Papa— es un mensaje para nosotros obispos y para los sacerdotes. Jesús nos dice a nosotros: “Velad sobre vosotros mismos y sobre toda la creación”. El obispo y el sacerdote deben velar, velar precisamente sobre su pueblo. También cuidar a su pueblo, hacerlo crecer. Incluso ser centinela para advertirle cuando se acercan los lobos».
Todo esto «indica una relación muy importante entre obispo, presbítero y pueblo de Dios. Al final, un obispo no es obispo para sí mismo, es para el pueblo; y un sacerdote no es sacerdote para sí mismo, es para el pueblo». Una relación «muy bella» basada en el amor recíproco. Y «así la Iglesia llega a estar unida. Vosotros —preguntó a los fieles—, ¿pensáis siempre en los obispos y en los sacerdotes, eh? Necesitamos de vuestras oraciones».
Por lo demás —precisó—, la relación entre obispos, sacerdotes y pueblo de Dios no se funda en la solidaridad social, por la cual «el obispo, el sacerdote es solidario con el pueblo: nosotros aquí, vosotros allá». Se trata más bien de una «relación existencial», «sacramental», como la que describe el Evangelio, en la que «obispo, sacerdote y pueblo se arrodillan y rezan y lloran. ¡Esa es la Iglesia unida! El amor recíproco entre obispo, sacerdote y pueblo. Nosotros necesitamos de vuestras oraciones para hacer esto, porque también el obispo y el sacerdote pueden ser tentados».
Por lo tanto, la primera tarea de un obispo y de un sacerdote «es rezar y predicar el Evangelio. Un obispo, un sacerdote debe rezar, y mucho... Debe anunciar a Jesucristo Resucitado, y mucho. Nosotros debemos pedir al Señor que nos proteja precisamente a nosotros, obispos y sacerdotes, para que oremos, intercedamos, prediquemos con valentía el mensaje de salvación. El Señor nos ha salvado; y vive entre nosotros».
Pero «también nosotros —agregó— somos hombres y somos pecadores»: todos podemos ser pecadores, «y somos incluso tentados. ¿Cuáles son las tentaciones del obispo y del sacerdote? San Agustín, comentando el profeta Ezequiel, habla de dos tentaciones: la riqueza, que puede convertirse en avaricia, y la vanidad. Y dice: “Cuando el obispo, el sacerdote, se aprovecha de las ovejas para sí mismo, el movimiento cambia: no es el sacerdote, el obispo para el pueblo, sino el sacerdote y el obispo que se aprovechan del pueblo”». Sed y vanidad: he aquí las dos tentaciones de las que habla san Agustín: «¡Es la verdad! Cuando un sacerdote, un obispo va tras el dinero, el pueblo no lo ama y eso es un signo. Y él mismo acaba mal. Pablo habla de esto: “Trabajé con mis manos”. Pablo no tenía una cuenta en el banco, trabajaba. Y cuando un obispo, un sacerdote va por el camino de la vanidad, entra en el espíritu del afán de hacer carrera, hace mucho mal a la Iglesia». Y al final se convierte incluso en ridículo, porque «se gloría, le gusta hacerse ver, todo potente... Y el pueblo no ama eso. Mirad cuál es nuestra dificultad y también nuestras tentaciones; por ello debéis rezar por nosotros, para que seamos pobres, para que seamos humildes, mansos, al servicio del pueblo».
El Pontífice renovó a los presentes la invitación a releer esta página del Evangelio para convencerse de la necesidad de orar por «nosotros obispos y por los sacerdotes. Tenemos mucha necesidad de ello para permanecer fieles, para ser hombres que velan por su grey y también por nosotros mismos». Y también para que «el Señor nos defienda de las tentaciones, porque si caminamos por el camino de las riquezas, si seguimos la senda de la vanidad, nos convertimos en lobos, y no en pastores».
Concelebraron con el Papa, entre otros, monseñor Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid, España, y el jesuita Andrzej Koprowski, director de los programas de Radio Vaticano, presentes juntamente con un grupo de colaboradores de la emisora.
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