viernes, 11 de junio de 2010

LOS “ONCE” BUENOS SIGUEN ENTRE NOSOTROS



Los casos de pederastia que están salpicando a nuestras instituciones, son un
escándalo mayúsculo, un escándalo que muchas personas ya están usando como pretexto
para atacar a la Iglesia en su conjunto. Y esto no es justo. Por eso a mí me parece que no
podemos hacer como si nada hubiese ocurrido; lo primero que necesitamos es atenderlos a
la luz de nuestra fe, y luego reconocer que, a parte del juicio divino, tenemos que responder
ante las leyes de los hombres y aceptar las penas que nos fuesen impuestas; pero solamente
a los implicados en estas realidades delictivas y vergonzosas, y no a todos los miembros de
nuestra religión, como pretenden algunos “pregoneros”, cuya única misión parece ser que es
la de sembrar incredibilidad y desconfianza a los que deseamos formar parte de la Iglesia de
Jesucristo.
Los cristianos sabemos que Jesús, antes de elegir a sus primeros discípulos, subió a la
montaña y rezó durante toda la noche. En aquel momento tenía muchos seguidores y habló
con el Padre acerca de quiénes elegiría para que fueran sus doce Apóstoles, los doce a los
que formaría íntimamente, los doce a quienes enviaría a predicar la Buena Nueva en su
nombre. Una vez elegidos, Él les dio el poder de expulsar demonios; les dio el poder de
curar a los enfermos. Ellos vieron como Jesús obró innumerables milagros; ellos mismos
realizaron, en su nombre, muchos otros. Pero, a pesar de todo, uno de ellos fue traidor. Uno
que había seguido al Señor, uno a quien el Señor le lavó los pies, uno que lo vio caminar
sobre las aguas, resucitar a personas de entre los muertos y perdonar a los pecadores,
traicionó al Señor.
Jesús no eligió a Judas para que lo traicionara. Lo eligió para que fuera como todos
los demás; pero Judas era libre y usó su libertad para permitir que el mal (Satanás) entrara
en él. Y con su traición terminó haciendo que Jesús fuera crucificado. Así pues, entre los
primeros doce que Jesús personalmente eligió, uno actuó como traidor.
Amigos lectores de “Igrexa en Bezoucos”: no podemos ocultar que, a veces, algunos
de los elegidos de Dios, como hombres y mujeres de carne y hueso como los demás,
también pueden llegar a traicionarlo, y este es un hecho que debemos asumir. Pero no
conviene obsesionarnos con el apóstol que traicionó a Jesús; tenemos que centrarnos en los
otros once, que con su predicación, testimonio, milagros y amor a Cristo, hicieron posible
que la Iglesia no hubiese muerto. No debemos olvidar que gracias a los otros once, hoy -los
seguidores de Jesús- escuchamos la Palabra de Dios y recibimos los Sacramentos.
Es evidente que en el momento actual nos estamos enfrentando a una realidad
similar. Nos obsesionamos con unos cuantos que traicionan al Señor y nos olvidamos de
todos los demás que permanecen fieles, como lo han sido, y lo son la inmensa mayoría de
sacerdotes y religiosos/as que vienen ofreciendo sus vidas para servir a Cristo y para servir a
su pueblo por amor. Me contaron que en cierta ocasión Napoleón le dijo al Cardenal
Consalvi: “Voy a destruir su Iglesia”. El Cardenal le respondió: “No, no podrá, pues ¡ni
siquiera nosotros hemos podido hacerlo!” Si los malos papas, los sacerdotes infieles y los
miles de pecadores de la Iglesia no han tenido éxito en destruirla desde dentro, ¿quién
podría hacerlo desde fuera? Cristo nunca permitirá que su Iglesia fracase. La barca de Pedro
nunca volcará. Aunque muchos de los que van en ella cometan los peores pecados posibles
para hundirla, Cristo, que también está a bordo, nunca permitirá que naufrague.
En la actualidad podemos observar, con gran tristeza, que son muchos los medios de
comunicación que raramente prestan atención a los “once” buenos. Parece que “mola” más
dedicar una atención puntual y preferente al “traidor” y hacer del escándalo como un
enorme perchero donde algunos tratan de colgar su justificación para no practicar la fe,
olvidándonos de los miles de mártires que, a lo largo de la historia de la Iglesia, vienen
entregando sus vidas llevando el Mensaje de Jesucristo por todo el mundo.
Manel

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