lunes, 13 de mayo de 2013

CONSAGRACIÓN DEL PONTIFICADO DE S.S. FRANCISCO Y AGRADECIMIENTO AL S.S. BENEDICTO XVI: D. ANTONIO MARTO, OBISPO DE LEIRIA-FÁTIMA




El pontificado del Papa Francisco: un nombre, un programa y un estilo
El Papa Francisco fue y es una sorpresa de Dios para la Iglesia y la humanidad en este momento de la historia. El nombre escogido es el gran indicador de un estilo y de un programa.
Francisco nos recuerda la ternura y la misericordia de Dios para con todos, sin distinción de credo, de pertenencia social, política o religiosa y, en particular, la predilección de Jesús por los pobres y por la elección de la pobreza como estilo de vida. Sabe anunciar la esperanza de un mundo mejor, de que es posible la simplicidad y la fraternidad, amar y sentirse amado, y transmite paz y alegría.
En un mundo donde todo tendía a la búsqueda del bienestar a toda costa, donde la sobriedad y el compartir parecían cosa rara, donde las actuales dificultades aparecen aun más graves porque contradicen un optimismo pretencioso del progreso hasta hace poco dominante, el nuevo obispo de Roma nos recuerda que la única cosa que verdaderamente cuenta es amar y ser amado y que fue esto precisamente lo que Jesús nos vino a decir y convertir en posible.
Y como nadie puede negar la inmensa necesidad de amor que trae dentro de si, se comprende como las palabras y los gestos del Papa Francisco llegan al corazón de todos. Es como si una onda de ternura nos cogiera de sorpresa y nos hiciese sentir unidos en un abrazo universal del que tenemos necesidad.
El beso a la niños y a las personas con deficiencia, la mirada tierna y la sonrisa franca y espontánea, la atención a los pobres y excluidos, continuamente recordada, son mensaje de vida y de esperanza que no dejan de impresionar a todos nosotros mendigos del amor, sobre todo en este tiempo postmoderno caracterizado por el desencanto y por la multitud de soledades.
Lo que es nuevo en el Papa Francisco, amigo de los pobres, no es tanto la atención a la pobreza escogida por Jesús en su donación a los pobres, sino antes el hecho de convertir en creíble cómo es posible ser pobre y servir a los pobres, incluso desde lo alto de la cátedra más autoriza del mundo.
Y si esto nos toca a todos, ¿cómo no ha de tocar a los poderosos de la tierra, cuantos tienen responsabilidad de gobierno, cuantos deben atender al bien común como absoluta prioridad de su empeño?
Ante cada decisión que tomaron nuestros políticos en relación al futuro de todos nosotros, respondan antes, por favor (como acostumbra decir el Papa Francisco), a la única pregunta fundamental: ¿la opción que estoy haciendo es para el bien de los pobres? ¿Y soy pobre en las opciones que tomo, esto es, pongo el bien común antes de mi interés particular, de mi partido o de mi grupo de poder?
No hay duda de que el Papa llegado desde “el fin del mundo” lanza un mensaje de luz y de esperanza a todos los pobres de la tierra, a  todas las situaciones que esperan justicia social y nueva atención. ¡La Iglesia y el mundo tenían necesidad de un hombre así! Con sus palabras y sus gestos de simplicidad evangélica, de proximidad, de fraternidad, de ternura y de misericordia, ya “escribió” su primera encíclica.
Consagrar el ministerio del Papa a Nuestra Señora de Fátima se sitúa bien dentro del mensaje en el que la figura del “Hombre vestido de blanco” asume un lugar de relevo como Pastor universal de la Iglesia. Al mismo tiempo, significa confiar a María su persona, su ministerio y sus intenciones para la reforma espiritual de la Iglesia y de su misión hoy, y para el servicio de la humanidad globalizada en orden a encontrar un rumbo que la conduzca a un mundo nuevo.

Memoria grata del Papa emérito Benedicto XVI
La elección del nuevo pontífice no puede dejar de evocar cuánto hizo su antecesor y su especial unión a Fátima. También él con sus palabras y los gestos de la despedida “escribió” su última encíclica prometida sobre la fe. Por todo esto desearía elevar aquí un homenaje de gratitud al Papa emérito Benedicto XVI.
Gracias, Papa Benedicto, por habernos enseñado a ser humildes trabajadores de la llegada del Señor; por la humildad y coraje de la fe que te llevó a retirarte para que la sirviesen fuerzas más jóvenes; por haber escogido permanecer al lado de la cruz, de diversa manera, enseñando que hay diversas posibilidades de configurarse a Cristo.
Gracias, porque la humildad de esconderte en el silencio del monasterio nos hizo comprender la riqueza y la necesidad de la oración para la vitalidad de la fe y de la Iglesia; porque, con la “cátedra de la despedida”, nos enseñaste a ser libres frente al prestigio de los cargos y nos recordaste que el poder en la Iglesia es servicio y hacerse siervo para todos.
Gracias por tu “última encíclica, no escrita”, pero dictada con la elocuencia de los gestos, de los modos elegantes y serenos y de la profecía mesiánica; porque, confesando tu falta de vigor físico, robusteciste nuestra fe; porque nos introdujiste en la escuela de Cristo que guía su barca y está presente en el medio de su pueblo incluso cuando la navegación es difícil.
Gracias, Papa Benedicto, que nadaste en la oración como Moisés sobre el monte, con los brazos levantados hacia el cielo, a fin de interceder por nosotros y atraer la mirada de benevolencia de Dios sobre la humanidad.
Gracias, porque aquí en Fátima te hiciste peregrino con nosotros, nos hiciste ver la actualidad del mensaje “que toca la historia precisamente en su presente” y confidenciaste al Obispo: “¡No existe nada como Fátima en toda la Iglesia católica en el mundo!” ¡Que Nuestra Señora de Fátima te bendiga y te guarde, como te deseó el Papa Francisco!

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