lunes, 22 de octubre de 2012

AÑO DE LA FE 2 parte


1. ¿Cuál es el designio de Dios para el hombre? Dios, infinitamente perfecto y bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para hacerle partícipe de su vida bienaventurada. En la plenitud de los tiempos, Dios Padre envió a su Hijo como Redentor y Salvador de los hombres caídos en el pecado, convocándolos en su Iglesia, y haciéndolos hijos suyos de adopción por obra del Espíritu Santo y herederos de su eterna bienaventuranza.
Compendio del catecismo de la Iglesia Catolica

Dios. La pregunta presupone la existencia de Dios. Desde la fe, Dios existe y se ha manifestado/revelado a los hombres. Para nosotros es algo aceptado; pero en nuestra sociedad hay muchas personas que niegan la existencia de Dios. Los menos desde el punto racional: son pocos los ateos teóricos. El drama de nuestra sociedad es la multitud de personas que son ateas pragmáticas: viven como si Dios no existiese, llevados por el indiferentismo y el relativismo. Para ellos, solo existe lo material, lo que se puede contar, medir, comprar… ¡Si algo existe, no  tiene nada que ver conmigo! ¡Las religiones son todas iguales! ¡Cada uno puede tener su dios, todos son iguales y el mismo!  Más trágico todavía es que muchos bautizados con cierta “práctica” religiosa expresen su fe de una manera totalmente indeterminada. Dicen: “Algo hay”.
La existencia de Dios no es algo evidente para nuestro conocimiento. Tampoco se puede comprobar científicamente… y, aunque es dogma de fe que el hombre puede llegar por su propia razón a conocer la existencia de Dios, todo razonamiento para convencer a una persona que no cree es ineficaz. La existencia de Dios se acepta por la fe, porque él mismo se ha revelado. Las vías de santo Tomás de Aquino, el deseo interior de Dios que el hombre tiene, el conocimiento filosófico, los milagros, las pruebas escriturísticas: nos ayudan a reafirmar nuestra fe, pero no la producen. La fe es un don del mismo Dios. Creemos en Dios porque él nos ha infundido en nuestra alma la virtud de la fe. Nadie puede creer por sí mismo… El mismo deseo de quien quiere creer y busca a Dios es don de su gracia.  

Dios infinitamente perfecto y bienaventurado ha creado. Estas dos propiedades de Dios “perfecto” y “bienaventurado” las conocemos por la misma definición del ser divino. Dios tiene que ser perfecto, cualquier imperfección en su ser haría que no fuese Dios. Así mismo, Dios es bienaventurado en sí mismo: no necesita de nada ni de nadie para ser feliz. Su felicidad es total.
Por tanto, la creación no es fruto de una debilidad ni necesidad del ser divino. Dios crea al hombre por puro acto de bondad, de amor. “Dios es amor” y el amor es darse libremente, no por necesidad, no por debilidad, no por esperar nada… El amor es comunicación a otro del bien que se posee. Dios en su bondad quiere compartir su felicidad con la criatura salida de sus manos.
El hombre ha sido creado para Dios, para vivir con él. Recordemos la escena del paraíso: Dios salía a pasear con el hombre a la brisa de la tarde. Este designio de Dios es un misterio y ha de provocarnos admiración y asombro: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?

En la plenitud de los tiempos. ¿Cómo realizó este designio? Lo hizo por medio  de Jesucristo, su Hijo amado. El hombre frustró con el pecado los planes de Dios por el que perdió el derecho que Dios le había otorgado de compartir su felicidad -el cielo- haciéndose merecedor de la total lejanía de Dios –el infierno-. Sólo el Hijo del Eterno Padre podía devolvernos este derecho. Al encarnarse se hermana con todos los hombres y muriendo por nosotros expía nuestras culpas y nos devuelve la inocencia perdida. Nuestro Señor Jesucristo nos hace sus hermanos; y si somos hermanos de Cristo somos hijos adoptivos de su Padre Dios. Y si somos hijos con el mismo Padre, compartimos la misma herencia. Herencia que no merecemos ni nos pertenece, sino que el Hijo de Dios quiso compartir con nosotros.

Convocándolos en su Iglesia. Este designio de Dios para cada uno de nosotros se concretiza en nuestra llamada a pertenecer a la Iglesia. Mediante el bautismo –por la acción divina del Espíritu Santo- se nos da entrada a su pueblo santo, nos borra el pecado original, se nos da la fe, se nos hace hijos adoptivos de Dios y herederos del cielo.

CONSECUENCIAS
1.       Da gracias a Dios por el don de la fe. No lo mereces. Intercede y ora por aquellos que no creen y aquellos que no quieren creer. Pide también por aquellos que buscan sinceramente a Dios y también por aquellos que están extraviados dando culto a ídolos.
2.      Considera tu pequeñez y la grandeza de Dios que te llama a vivir con él. Confúndete ante por tus pecados. Piensa a menudo que Dios te ha creado para el cielo, para él.
3.      Adora a Jesucristo que en cada celebración de la Santa Misa renueva su entrega para purificarte y compartir contigo su herencia y felicidad: vivir con el Padre.
4.       Renueva tus promesas bautismales. Renuncia a Satanás, a sus obras y vanidades. Pide al Señor que te aumente la fe. Repite mucho esta oración: Gracias, Jesús, por haberme hecho tu hermano. Contigo puedo llamar a Dios: ¡Abba! ¡Padre mío!

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