martes, 27 de septiembre de 2011

DOMINGO 02 DE OCTUBRE COMIENZO CATEQUESIS

SANTIAGO DE FRANZA: A LAS 11/30 AM CATEQUESIS Y 12/30 AM MISA. SANTA EULALIA DE LIMODRE: 11/30 AM MISA Y CATEQUESIS. SAN JUAN DE PIÑEIRO: 10/30 AM MISA Y CATEQUESIS. FELIZ CURSO A TOD@AS.

FESTIVIDAD DE SAN VICENTE DE PAUL

Festividad de SAN VICENTE DE PAÚL
27 de septiembre SAN VICENTE DE PAUL († 1660) Es el comienzo del siglo XVII en Francia, donde ha de actuar Vicente de Paúl, un hervidero de ideas, de pasiones religiosas y políticas, de ensayos doctrinales y organizados. El cardenal Bérulle introduce en Francia las carmelitas, funda la Congregación del Oratorio para formar una selección de sacerdotes, y “naturaliza” en Francia las corrientes místicas de Alemania, España e Italia. San Francisco de Sales pone al alcance de todos la “vida devota”, ensalza las vías del amor de Dios e intenta la primera Institución de religiosas visitadoras fuera del claustro, que no consigue llevar a efecto. Vicente de Paúl aprovechará estas dos corrientes, mística y de acción, para renovar la teología de Jesucristo en el pobre y fundar el apostolado secular de la caridad, sin caer en el utópico quietismo de Fenelón, ni en el duro jansenismo, ni en el racionalismo cartesiano, sistemas que se fraguan en pleno siglo de San Vicente, y de los que él queda incontaminado. Esta empresa no es para un hombre solo. Vicente de Paúl se sitúa entre sus contemporáneos, colabora con todos, recoge ideas y orientaciones en un ambiente de restauración espiritual que se ha consolidado en Trento: inspira a muchos, como gran director de almas; se rodea de asociaciones religiosas a las que da vida y continuidad, se apoya en los grandes para servir a los humildes. La poderosa familia de los Gondí, el poder casi absoluto de Richelieu, por medio de la sobrina duquesa de Ayguillon, dama de la Caridad, la española reina Ana de Austria, el mismo Mazarino y casi toda la nobleza giran en torno de este padre de los pobres y defensor de la Iglesia. Olier, fundador de San Sulpicio; Rancé, reformador de la Trapa; Bossuet, que pronunciará en 1659 el famoso sermón “de la eminente dignidad de los pobres en la Iglesia”, y casi todos los grandes hombres de ese siglo y de los siguientes, se benefician de la suave influencia de Vicente, La preparación para esta misión grandiosa es larga y difícil. La acción de Dios en este hombre y la respuesta generosa forman una experiencia vital aleccionadora. Nace probablemente en las Landas en 1581, pero su ascendencia inmediata es española, como se ha comprobado en una larga búsqueda en los archivos de la región oscense de La Litera, que nos dan una abundante genealogía de los apellidos Paúl y Moras, apellidos paterno y materno. Las migraciones eran muy frecuentes, y Ranquines, que es el lugar en que se sitúa su nacimiento, significa la “casa del cojo”. Es el apelativo recibido al ocuparla el padre, que tenía ese defecto, y del que un día se llegó a avergonzar el hijo, estudiante en los franciscanos de Dax. Vicente llevará a todas sus empresas las características del aldeano, mezcla de aragonés y francés, en su tesón indomable, en su prudente lentitud, en su trabajo silencioso, de labrador que abre el surco y esconde su semilla con esperanza. Ya es un signo providencial que, en su origen, una en si a dos pueblos tan diversos y encontrados a lo largo de estos siglos. El niño Vicente, tercero de los seis hermanos, guarda durante un tiempo el pequeño rebaño de su casa. En muchas ocasiones se humillará ante los grandes manifestando este su oficio de la infancia. Por tradición local nos consta su devoción mariana y su pronta caridad. Sus estudios continúan sin desmayo, primero en la universidad de Tolosa, después en la de Zaragoza, como atestigua su primer biógrafo Abelly y una tradición ininterrumpida en España. Más tarde propondrá como modelos a las universidades españolas y a sus teólogos, tan fieles a la Iglesia. Recibe el sacerdocio el 20 de septiembre de 1600 y dice su primera misa en una capilla de la Virgen, cerca de Bucet, sin la presencia de su padre, que había fallecido hacía dos años. Allí y en Tolosa se ayudó para los estudios con un pequeño pensionado de estudiantes que él cuidaba. Hasta 1605 prosigue sus estudios, que alterna con la enseñanza y un viaje a Roma, donde se emociona hasta derramar lágrimas. El Señor purifica a su elegido, que por entonces buscaba cargos y honores eclesiásticos, con tres pruebas: El cautiverio en Túnez, cuando iba en busca de una herencia, y que duró casi tres años de continuos sufrimientos (1605-1607); la injusta acusación de robo al volver de Roma, donde esperó inútilmente una buena colocación del vicelegado Montorio, a quien había enseñado las curiosidades de alquimia que había aprendido en el cautiverio (1608); y la terrible tentación contra la fe que aceptó sobre su alma para que se viera libre de ella un doctor amigo suyo. De esta “noche obscura” sale cuando, a los treinta años, pensaba pasar el resto de su vida en un modesto retiro, amargado por los desengaños humanos, según escribe, en la única carta que se conserva, a su buena madre. Cae a los pies de un crucifijo, se consagra a la caridad para toda la vida y la luz renace en su espíritu. Este voto de servir a los pobres es la clave de toda su vida y la fuente de sus numerosas obras de caridad. Para terminar la purificación de sus aspiraciones terrenas y quitar los impedimentos de su actuación sacerdotal se retira una temporada al naciente Oratorio de Bérulle, se pone incondicionalmente bajo la obediencia de este gran mentor de almas, que le ha de conducir hasta que se ponga bajo la dirección del doctor Duval, piadoso catedrático de la Sorbona. Unos ejercicios en la cartuja de Valprofonde le libran de una tentación que tenía en sus ministerios, y una mortificación constante le hace cambiar el “humor negro” de su temperamento por una amabilidad semejante a la de San Francisco de Sales, con quien sostiene relaciones íntimas, cuyos libros lee ávidamente y del que recibirá más tarde la dirección de las Hijas de la Visitación. Las experiencias apostólicas de estos años (1609-1626) le van marcando suavemente el camino definitivo de su vocación. Animado de una ferviente caridad, hace de capellán y limosnero de la reina Margarita de Valois, visita y sirve personalmente a los pobres enfermos en el hospital de la Caridad, que, en los arrabales de París, dirigían los hermanos de San Juan de Dios, y entrega a esta institución 15.000 libras que le habían donado. Por dos veces es párroco del campo. En Clichy, cerca de París, donde se siente feliz, reedifica la iglesia que perdura hasta hoy. Ya en pleno París, establece la comunión mensual e intenta un pequeño seminario (1612). En Chatillon les Dombes, en la frontera de Saboya, restaura espiritualmente la parroquia deshecha por la herejía y el abandono. Ante un caso de miseria familiar establece la Cofradía de la Caridad con un reglamento que aun hoy está en vigor. Es la primera cofradía de caridad para que las señoras asistan a los enfermos abandonados en sus casas (1617). En ambas parroquias, que dejó por obediencia a Bérulle, tiene como sucesores a dos fervorosos vicarios: el señor Portail, en Clichy, que más tarde será su compañero de Misión, y el señor Girad. DENTRO DE LA CASA DE LOS GONDÍ.- Es Bérulle quien trae y lleva al señor Vicente y quien determina que sea el preceptor de los hijos de esta noble familia que llevaba lo que hoy se llama el ejército del mar, y en el orden eclesiástico gobernó durante mucho tiempo la diócesis de París hasta llegar al inquieto cardenal de Retz. En los extensos dominios rurales de los Gondí ejerce su ministerio con los pobres campesinos y funda las cofradías de la Caridad —de mujeres, de hombres y mixtas—, siempre ayudado de la marquesa, cuya alma dirige espiritualmente. Llega a dominar en tal modo en sus almas que esta familia será, con la de Richelieu, el apoyo que la Providencia le depara para sus obras. Se siente excesivamente incómodo en los palacios y cree que no cumple su voto de servir a los pobres. Por eso huye a Chatillon. Pero Bérulle le hace volver. Vicente reclama libertad de acción en los 8.000 colonos de las tierras. Allí encuentra al anciano que por vergüenza no ha hecho buenas confesiones y está en peligro de condenación, al hereje que no cree en la Iglesia porque no atiende a las gentes del campo, al sacerdote que no sabe la fórmula de la absolución. Voces de Dios que mueven al Santo y a la marquesa para fundar una comunidad de sacerdotes que recorra los campos misionando, en ayuda de los párrocos. Al señor Vicente se unen el tímido señor Portail y otros varios. Reciben una ayuda económica y un colegio, el de los Buenos Hijos, donde nace humildemente la comunidad de sacerdotes seculares de la Misión, que es aprobada en 1626 por el arzobispo de París y en 1632 por el papa Urbano VIII, sin carácter de religiosos. En estos seis años el Santo ha recorrido todos los dominios misionando y fundando Caridades, ha sido nombrado capellán de las galeras reales y ha procurado misiones y ayuda material a los forzados del remo, creando un hospital para ellos; se ha hecho cargo de la dirección espiritual de las Salesas, de acuerdo con la madre Chantal, ha tomado la dirección de su gran colaboradora Santa Luisa de Marillac, y ha quedado en libertad de movimientos por haber fallecido la marquesa y haber tomado la decisión de hacerse sacerdote del Oratorio el señor Gondí. En 1626 a los treinta y cinco años, San Vicente está plenamente centrado en su vocación. Bérulle no ha visto claro el Instituto de las misiones, pero Roma lo aprueba, gracias al tesón del Santo, que ve el abandono del campo como una de las miserias mayores de la Iglesia. El sacerdote no está cuidado de las almas como prescribía el concilio de Trento. Su santificación era muy deficiente. Vicente ha meditado mucho, ha observado todos los movimientos místicos y apostólicos, ha trabajado con santa ilusión y ha sufrido crisis interiores fructíferas. Para la restauración del clero establece los ejercicios de ordenandos por espacio de diez días, en los que se une la parte ascética con la pastoral. Son cursillos intensivos que suplen algo la falta de seminarios. El obispo de Beauvais, el cardenal de París y más tarde la Santa Sede los declara obligatorios para todos los que hayan de recibir las órdenes sagradas. De aquí brotan las conferencias ascético-pastorales (los martes para sacerdotes y los jueves para seminaristas). De su seno nacen los misioneros de las ciudades unidos a los misioneros de los campos, que había fundado y que trabajaban en hermandad con un reglamento preciso y sabio (1631). Se ha trasladado con sus misioneros a la gran abadía de San Lázaro, que será el centro regenerador del clero y del pueblo con los ejercicios en tanda dados gratuitamente. Richelieu, que ha tomado las riendas de la nación en 1624, pide a San Vicente los mejores hombres para ponerlos al frente de las diócesis; pero falta el remedio definitivo, los seminarios tridentinos, que no acaban de realizarse. El Santo hace la distinción de mayores y menores, reconoce que es muy difícil reformar al clero de edad y establece su primer ensayo para jóvenes con vocación en el colegio de los Buenos Hijos. Forma el seminario mayor de San Lázaro con ayuda de Richelieu (1642). Orienta a Olier en sus planes del seminario de San Sulpicio y trata de colaborar con el difícil señor Bourdoise, que ha establecido el seminario parroquial comunitario. En 1647 sus misioneros dirigen siete seminarios y el Santo confiesa que “Dios bendice su obra” y que las misiones piden como complemento ayudar a la Iglesia en la formación del clero. Las Cofradías de la Caridad pasan a la ciudad en sus incipientes suburbios. Luisa de Marillac ha salido de su ensimismamiento escrupuloso por obra de la gracia y de su firme director, y es llevada a la acción caritativa por campos y ciudades como una maternal inspectora de las Caridades, y de las escuelas rurales que el Santo funda como fruto permanente de las Misiones en las parroquias. Da reglamentos adaptados a las necesidades de la ciudad y organiza totalmente la caridad en la ciudad de Beauvais, como antes (1621) lo había realizado en Majon. El servicio personal al necesitado exige una vocación especial y las Caridades se resentían por falta de personal. El Señor vino en ayuda de su siervo. Un día que había misionado un pueblecito cercano a París, una joven pastora, Margarita Naseau, que había aprendido a leer por su cuenta, se presentó al Santo para servir a los pobres. Es la primera hija de la Caridad. Margarita murió al poco tiempo víctima de la caridad, asistiendo a un apestado. Buen cimiento para la magna obra vicenciana de la hija de la Caridad, la “religiosa” sin claustro que asiste al pobre a domicilio en unión de las damas de la Caridad, enseña en las escuelas del pueblo donde no hay maestro, llega a los campos de batalla, ya en los tiempos del Santo, para atender a los heridos, cuida de los niños expósitos, obra ardua que sacó a flote San Vicente frente a todos los prejuicios de las damas de la Caridad; que acoge en sus casas a las mujeres ejercitantes, a las que el Santo señala como libro de meditación el Memorial del padre Granada; que se hace cargo del Hospital General de París y del Asilo del Nombre de Jesús construido por el Santo con un donativo de 100.000 libras (1642), a las que lleva por las regiones destrozadas por las guerras y hasta Polonia a servir, no a los grandes, aunque sean protectores, como la reina de Polonia, sino a los humildes. SAN VICENTE DEFENSOR DE LA IGLESIA.- Es un título que le cae muy bien en un siglo de errores y herejías. Primeramente en el Consejo de Conciencia (1647-1652), donde se trata de la elección de obispos. ¡Qué labor más dura para evitar la subida de ministros indignos y promover la de los mejores! Aquí se fraguó la renovación del alto clero de Francia, que había de luchar con el error, con la corrupción y, más tarde, con el galicanismo ya latente en el reinado de Luis XIV. El Santo aceptó este puesto delicadísimo para el bien del clero y de los religiosos (en cuya reforma tomó parte muy activa) y para el bien de los pobres. Trabajaba en ello con la reina española Ana de Austria y se enfrentaba con Mazarino para evitar el favoritismo en los cargos. El jansenismo, con la herejía de las dos cabezas, la lucha contra la frecuente comunión y la falsa mística de Port-Royal son el viento helado que sopla fuertemente sobre la vida católica en Francia, y desde ella en otras naciones de Europa. Vicente, que es amigo del abate Saint Cyran, de Arnauld y del monasterio de Port-Royal, se ve en una difícil tesitura; pero su fe, inquebrantable y luminosa, su prudencia admirable y siempre su tesón humano y sobrenatural, le hacen el principal campeón contra el jansenismo, aunque todavía se silencia en algunas historias de la Iglesia de este período. En la vida del Santo editada por la B. A. C., el libro VI está dedicado a esta actuación de San Vicente (pp.512-591), donde, con documentación de primera mano, se manifiesta que él aunó a la mayoría de los obispos contra la herejía, alentó a los teólogos que la Sorbona envió a Roma, escribió cartas al Papa incluso e hizo la refutación doctrinal y práctica del jansenismo con sus obras de caridad, su reforma del clero y su mística optimista del alma. No es posible entrar en detalles en esta breve biografía. Dilatando los espacios de la Iglesia el señor Vicente es padre de misioneros de fieles y de infieles. Establece misioneros en Túnez y Argel para ayudar espiritualmente a los esclavos y promover su rescate (1645). Envía a Irlanda, perseguida en su catolicismo por Cromwell, a sus misioneros que sostienen la fe de los fieles, “Siente una devoción especial en propagar la Iglesia en países de infieles por las pérdidas que sufre en Europa” (1646), como Santa Teresa de Jesús, aunque “mujer y ruin”. Manda y sostiene continuas expediciones, devoradas muchas veces por la peste, de misioneros a Madagascar (1648). Promueve las misiones en Arabia; hace que las damas de la Caridad de la Corte sufraguen los gastos de las misiones anticipándose a la obra de Paulina Jaricot. PADRE DE LA PATRIA.- Las guerras de la Fronda, parlamentaria (1648-49), y de los príncipes (1650-1653) destruyen la vida de París y de sus alrededores y se unen a la de los Treinta Años, que no termina hasta la desgraciada paz de Westfalia (1648) y de los Pirineos (1658), con el triunfo político de los protestantes traído por la ambición nacionalista de Richelieu y de Luis XIV, Es un panorama desolador que la pluma se resiste a describir. En esta hora es San Vicente el que moviliza todas sus fuerzas —misioneros, damas e hijas de la Caridad— y se aúna con la Compañía secreta del Santísimo Sacramento y con todas las Ordenes religiosas para aliviar el desastre material y moral de Francia. Recoge millones de libras haciendo la primera campaña nacional de caridad, editando los relatos de las miserias y de los medios necesarios, creando almacenes en París, dando misiones a los refugiados en su casa central de San Lázaro, buscando refugio para las religiosas y para los pobres vergonzantes, lo mismo que para los nobles huidos de Irlanda, creando para eso las conferencias de la caridad de hombres con el barón de Renty al frente. No es extraña la admiración de todos por el Santo y sus huestes, que le proclamaban oficialmente “Padre de la Patria”. Su labor pacificadora es audaz. Por tres veces habla con la reina para que prescinda de su funesto ministro Mazarino, y se atreve a decírselo al mismo interesado el 11 de septiembre de 1652: “Que el rey entre con voluntad de apaciguar los ánimos y todo quede tranquilo. No obstante, es preferible que el primer ministro se quede cierto tiempo fuera”. El joven rey entró el 21 de octubre y proclamó la amnistía general. Pocos meses después volvía Mazarino, que pagó la carta del señor Vicente con retirarle del Consejo de Conciencia, que hoy diríamos Ministerio de Cultos. De 1650 a 1660 San Vicente dirige todas sus obras en pleno rendimiento desde el sencillo aposento del cuartel general de San Lázaro, luchando a la vez contra el jansenismo, organizando las dos comunidades de misioneros e hijas de la Caridad, hasta que su modo secular de vida en común sea aprobado por Alejandro VII (1655). Recibe con inmenso gozo la bula que condena al jansenismo. Funda el asilo-taller para ancianos, comenta las reglas que ha dado a los misioneros y a las hijas de la Caridad, proyecta establecer a los misioneros en Toledo de acuerdo con el cardenal Moscoso y Sandoval (1657), dicta de continuo cartas a sus dos secretarios, reúne en su casa central a los Consejos de las obras, orienta a los que de toda Francia acuden a pedirle consejo y hasta proyecta con el caballero Paúl la liberación de todos los esclavos de Argel, el paso de sus misioneros al Canadá, etc. EN LA SANTIDAD HA LLEGADO A CUMBRES INSOSPECHADAS.- Su caridad es una llama que incendia a todos los que le rodean. “No es suficiente —exclama— que yo ame a Dios si mi prójimo no le ama.” “Hemos sido elegidos como instrumentos de Dios, de su inmensa y paternal caridad, que quiere ver establecida en todas las almas.” El Santo proclama a todo el mundo: “Las cosas de Dios se hacen por sí mismas, y la verdadera sabiduría consiste en seguir a la Providencia paso a paso sin adelantarle ni retrasarse”. “Dios es amor y quiere que se vaya a Él por amor.” Vicente, que tiene las manos llenas de obras e instituciones, que se duerme de fatiga, dice a su fiel e inquieta colaboradora que “es preciso honrar el descanso de Dios” y que “debemos honrar particularmente a su Divino Maestro en la moderación de su obrar”. “¡Qué dicha —dice— no querer más que lo que Dios quiere, y no hacer sino lo que la Providencia presenta, y no tener nada más que lo que Dios nos ha dado!” La mística de la acción apostólica y la unión fraterna de todos en Cristo y en el Padre Celestial: Este es el mensaje que San Vicente proyecta a todos los siglos como un eco potente del Evangelio y de la Iglesia, desde su sillón, donde muere plácidamente en las primeras horas del 27 de septiembre de 1660, bendiciendo, como Patriarca de la Caridad, a todas las instituciones que habrán de irradiar de su orientación y cuyo patrocinio universal le confió la Iglesia con fiesta especial el 20 de diciembre. VEREMUNDO PARDO, C. M

lunes, 26 de septiembre de 2011

DISCURSO DEL PAPA EN EL CONVENTO DE MARTÍN LUTERO

Viaje apostólico a Alemania ERFURT, viernes 23 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI pronunció hoy a su llegada al Augustinerkloster de Erfurt, al reunirse con los quince representantes del Consejo de la EKD – Iglesia Evangélica Alemana. * * * * * Distinguidos Señores y Señoras: Al tomar la palabra, quisiera ante todo dar gracias por tener esta ocasión de encontrarles. Mi particular gratitud al presidente Schneider que me ha dado la bienvenida y me ha recibido entre ustedes con sus amables palabras, quisiera agradecer al mismo tiempo por el don especial de que nuestro encuentro se desarrolle en este histórico lugar. Como Obispo de Roma, es para mí un momento emocionante encontrarme en el antiguo convento agustino de Erfurt con los representantes del Consejo de la Iglesia Evangélica de Alemania. Aquí, Lutero estudió teología. Aquí, en 1507, fue ordenado sacerdote. Contra los deseos de su padre, no continuó los estudios de derecho, sino que estudió teología y se encaminó hacia el sacerdocio en la Orden de San Agustín. En este camino, no le interesaba esto o aquello. Lo que le quitaba la paz era la cuestión de Dios, que fue la pasión profunda y el centro de su vida y de su camino. "¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?": Esta pregunta le penetraba el corazón y estaba detrás de toda su investigación teológica y de toda su lucha interior. Para él, la teología no era una cuestión académica, sino una lucha interior consigo mismo, y luego esto se convertía en una lucha sobre Dios y con Dios. "¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?" No deja de sorprenderme que esta pregunta haya sido la fuerza motora de su camino. ¿Quién se ocupa actualmente de esta cuestión, incluso entre los cristianos? ¿Qué significa la cuestión de Dios en nuestra vida, en nuestro anuncio? La mayor parte de la gente, también de los cristianos, da hoy por descontado que, en último término, Dios no se interesa por nuestros pecados y virtudes. Él sabe, en efecto, que todos somos solamente carne. Si hoy se cree aún en un más allá y en un juicio de Dios, en la práctica, casi todos presuponemos que Dios deba ser generoso y, al final, en su misericordia, no tendrá en cuenta nuestras pequeñas faltas. Pero, ¿son verdaderamente tan pequeñas nuestras faltas? ¿Acaso no se destruye el mundo a causa de la corrupción de los grandes, pero también de los pequeños, que sólo piensan en su propio beneficio? ¿No se destruye a causa del poder de la droga que se nutre, por una parte, del ansia de vida y de dinero, y por otra, de la avidez de placer de quienes son adictos a ella? ¿Acaso no está amenazado por la creciente tendencia a la violencia que se enmascara a menudo con la apariencia de una religiosidad? Si fuese más vivo en nosotros el amor de Dios, y a partir de Él, el amor por el prójimo, por las creaturas de Dios, por los hombres, ¿podrían el hambre y la pobreza devastar zonas enteras del mundo? Las preguntas en ese sentido podrían continuar. No, el mal no es una nimiedad. No podría ser tan poderoso, si nosotros pusiéramos a Dios realmente en el centro de nuestra vida. La pregunta: ¿Cómo se sitúa Dios respecto a mí, cómo me posiciono yo ante Dios? Esta pregunta candente de Martín Lutero debe convertirse otra vez, y ciertamente de un modo nuevo, también en una pregunta nuestra. Pienso que esto sea la primera cuestión que nos interpela al encontrarnos con Martín Lutero. Y después es importante: Dios, el único Dios, el Creador del cielo y de la tierra, es algo distinto de una hipótesis filosófica sobre el origen del cosmos. Este Dios tiene un rostro y nos ha hablado, en Jesucristo hecho hombre, se hizo uno de nosotros; Dios verdadero y verdadero hombre a la vez. El pensamiento de Lutero y toda su espiritualidad eran completamente cristocéntricos. Para Lutero, el criterio hermenéutico decisivo en la interpretación de la Sagrada Escritura era: "Lo que conduce a la causa de Cristo". Sin embargo, esto presupone que Jesucristo sea el centro de nuestra espiritualidad y que su amor, la intimidad con Él, oriente nuestra vida. Quizás, ustedes podrían decir ahora: De acuerdo. Pero, ¿qué tiene esto que ver con nuestra situación ecuménica? ¿No será todo esto solamente un modo de eludir con muchas palabras los problemas urgentes en los que esperamos progresos prácticos, resultados concretos? A este respecto les digo: Lo más necesario para el ecumenismo es sobre todo que, presionados por la secularización, no perdamos casi inadvertidamente las grandes cosas que tenemos en común, aquellas que de por sí nos hacen cristianos y que tenemos como don y tarea. Fue un error de la edad confesional haber visto mayormente aquello que nos separa, y no haber percibido en modo esencial lo que tenemos en común en las grandes pautas de la Sagrada Escritura y en las profesiones de fe del cristianismo antiguo. Éste ha sido el gran progreso ecuménico de los últimos decenios: nos dimos cuenta de esta comunión y, en el orar y cantar juntos, en la tarea común por el ethos cristiano ante el mundo, en el testimonio común del Dios de Jesucristo en este mundo, reconocemos esta comunión como nuestro fundamento imperecedero. Por desgracia, el riesgo de perderla es real. Quisiera señalar aquí dos aspectos. En los últimos tiempos, la geografía del cristianismo ha cambiado profundamente y sigue cambiando todavía. Ante una nueva forma de cristianismo, que se difunde con un inmenso dinamismo misionero, a veces preocupante en sus formas, las Iglesias confesionales históricas se quedan frecuentemente perplejas. Es un cristianismo de escasa densidad institucional, con poco bagaje racional, menos aún dogmático, y con poca estabilidad. Este fenómeno mundial nos pone a todos ante la pregunta: ¿Qué nos transmite, positiva y negativamente, esta nueva forma de cristianismo? Sea lo que fuere, nos sitúa nuevamente ante la pregunta sobre qué es lo que permanece siempre válido y qué pueda o deba cambiarse ante la cuestión de nuestra opción fundamental en la fe. Más profundo, y en nuestro país, más candente, es el segundo desafío para todo el cristianismo; quisiera hablar de ello: se trata del contexto del mundo secularizado en el cual debemos vivir y dar testimonio hoy de nuestra fe. La ausencia de Dios en nuestra sociedad se nota cada vez más, la historia de su revelación, de la que nos habla la Escritura, parece relegada a un pasado que se aleja cada vez más. ¿Acaso es necesario ceder a la presión de la secularización, llegar a ser modernos adulterando la fe? Naturalmente, la fe tiene que ser nuevamente pensada y, sobre todo, vivida, hoy de modo nuevo, para que se convierta en algo que pertenece al presente. Ahora bien, a ello no ayuda su adulteración, sino vivirla íntegramente en nuestro hoy. Esto es una tarea ecuménica central. En esto debemos ayudarnos mutuamente, a creer cada vez más viva y profundamente. No serán las tácticas las que nos salven, las que salven el cristianismo, sino una fe pensada y vivida de un modo nuevo, mediante la cual Cristo, y con Él, el Dios viviente, entre en nuestro mundo. Como los mártires de la época nazi propiciaron nuestro acercamiento recíproco, suscitando la primera apertura ecuménica, del mismo modo también hoy la fe, vivida a partir de lo íntimo de nosotros mismos, en un mundo secularizado, será la fuerza ecuménica más poderosa que nos congregará, guiándonos a la unidad en el único Señor. [Copyright 2011 - ©Libreria Editrice Vaticana] | More

viernes, 23 de septiembre de 2011

Sabado 24 DE NOVIEMBRE: SOLEMNIDAD DE LA MERCED, EN LA PARROQUIA DE SANTIAGO DE FRANZA

Mañana día 24 Celebraremos la Misa Solemne en Honor a Nuestra Señora de la Merced, a las 6/30 Rosario y a las 7 la Santa Misa. Que la Stma Virgen interceda por nosotros, que somos sus hijos. Ave María. (La misa es vespertina del Domingo).

RESTAURACIÓN DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE SAN JUAN DE PIÑEIRO.

Hace unos días que la imagen de la Inmaculada Concepción está en restauración. Esperemos tenerla de vuelta para la fiesta del 8 de Diciembre, solemnidad de la Inmaculada. Con esta ya están todas las imágenes restauradas. Así como la incorporación de una Dolorosa, San José y un Cuadro del Perpetuo Socorro. En estos días se hizo el muro externo y el tejado del local parroquial, nos falta la traída de Agua hasta la sacristía ( ya se está e ello). Sigamos trabajando.

EL SANTO PADRE EN ALEMANIA: HE VENIDO PARA ENCONTRAR LA GENTE Y HABLARLES DE DIOS

El Santo Padre es recibido por el Presidente Federal de Alemania, Christian Wulff, y por la Canciller Angela Merkel. No he venido para obtener objetivos políticos o económicos... Aunque este viaje es una visita oficial que reforzará las buenas relaciones entre la República Federal de Alemania y la Santa Sede, no he venido aquí para obtener objetivos políticos o económicos, como hacen legítimamente otros hombres de Estado, sino para encontrar la gente y hablarles de Dios. Con relación a la religión hay en la sociedad una progresiva indiferencia que, en sus decisiones, considera la cuestión de la verdad más bien como un obstáculo, y da por el contrario la prioridad a consideraciones utilitaristas. La libertad tiene necesidad de la religión... Pero se necesita una base vinculante para nuestra convivencia, de otra manera cada uno vive solo para su individualismo. La religión es una cuestión fundamental para una convivencia lograda. "Como la religión necesita de libertad, así la libertad tiene necesidad de la religión". Estas palabras del gran obispo y reformador social Wilhelm von Ketteler, del que se celebra este año el bicentenario de su nacimiento, son aún actuales. La libertad necesita de una referencia a una instancia superior. El que haya valores que nada ni nadie pueda manipular, es la autentica garantía de nuestra libertad. El hombre que se sabe obligado a lo verdadero y al bien, estará inmediatamente de acuerdo con esto: la libertad se desarrolla sólo en la responsabilidad ante un bien mayor. Este bien existe sólo si es para todos; por tanto debo interesarme siempre de mis prójimos. La libertad no se puede vivir sin relaciones. En la convivencia humana no es posible la libertad sin solidaridad. Aquello que hago a costa de otros, no es libertad, sino una acción culpable que les perjudica a ellos y también a mí. Puedo realizarme verdaderamente como persona libre sólo cuando uso también mis fuerzas para el bien de los demás. Esto vale no solo en el ámbito privado, sino también en el social. Según el principio de subsidiariedad, la sociedad debe dar espacio suficiente para que las estructuras más pequeñas se desarrollen y, al mismo tiempo, apoyarlas, de modo que, un día, puedan ser autónomas. *Del Discurso del Papa durante la ceremonia de bienvenida en el Palacio de Bellevue, en presencia del Presidente Federal de Alemania, Christian Wulff, la Canciller Angela Merkel y las autoridades civiles y religiosas.

Festividad de San Pío de Pietrelcina

San Pío de Pietrelcina (1887-1968)
Francisco Forgione de Nunzio nació en Pietrelcina, Italia, el 25 de mayo de 1887. A la edad de 5 años prometió “fidelidad” a San Francisco de Asís y comenzaron para él los primeros fenómenos místicos, éxtasis, ataques, visiones del Señor, de la Virgen María, de San Francisco, del Ángel Custodio…, que no comunicó a nadie hasta el año 1915 porque “creía que eran cosas ordinarias que sucedían a todas las almas”. El 22 de enero de 1903 vistió el hábito capuchino y recibió su nuevo nombre: fray Pío de Pietrelcina. Recibió la ordenación sacerdotal en Benevento, en el año 1910. Una enfermedad misteriosa le obligó a dejar el convento y buscar el clima y los aires de su Pietrelcina natal hasta febrero de 1916, fecha en que se incorporó a la fraternidad capuchina de Santa Ana de Foggia. En estos años, sus penitencias, sus largas horas de oración, su lucha denodada contra los ataques, los fenómenos místicos que se repetían y a los que hay que añadir la “coronación de espinas”, la “flagelación”, las “llagas” en su cuerpo desde el mes de septiembre de 1910, que, ante sus ruegos insistentes al Señor, permanecieron por unos años invisibles…, le prepararon para cumplir su “grandísima misión” que se le reveló en el año de su noviciado y a la que haría alusión en una carta. Después de servir 2 años como soldado a la nación, subió a la montaña donde se encontraba el convento de San Giovanni Rotondo con la intención de tomar el aire puro de la montaña por unos días y en este convento, silencioso y solitario al principio y bullicioso y concurridísimo después, lo quiso el Señor durante los 52 últimos años de vida. Allí murió y allí mismo fue enterrado. Las llagas de manos, pies y costados que sangraron constantemente por cincuenta años y otros carismas extraordinarios le obtuvieron muy pronto una fama mundial, pero le acarrearon también un sin fin de problemas. Graves calumnias motivaron que el Santo Oficio le impusiera serias restricciones al ministerio pastoral del padre Pío. Del año 1931 al 33 no se le permitía salir del convento, ni recibir visitas, ni mantener correspondencia. Podía sólo celebrar la santa misa en privado. Como afirmó Juan Pablo II en la homilía de la beatificación “por una permisión especial de Dios” tuvo que sufrir el padre Pío espionajes y dolorosas incomprensiones, calumnias y limitaciones en el ejercicio de su ministerio sacerdotal. Pero en los muchos años que pudo ejercer sin trabas su ministerio, el padre Pío realizó una intensa y sorprendente labor sacerdotal, centrada en el altar y en el confesonario, en el que permanecía hasta quince horas seguidas, labor que impulsó a muchos miles de hombres y mujeres de todo el mundo hacia la santidad, y ayudó a otros a recobrar la fe o a encontrar a Dios. También enriqueció a la Iglesia con obras beneficiosas como el moderno hospital llamado ”Casa Alivio del Sufrimiento” y los “Grupos de Oración”. Fue canonizado el año 2002 por Juan Pablo II, quien se había confesado varias veces con él. www.mercaba.org

Benedicto XVI ha celebrado una misa en el Estadio Olímpico de Berlín en la que ha pedido a los cristianos alemanes que "permanezcan también en la Iglesia" a pesar de "la experiencia dolorosa de que en la Iglesia hay peces buenos y malos, grano y cizaña", durante una homilía pronunciada ante miles de fieles bajo una intensa lluvia.

R.L. Misa en el Estadio Olímpico de Berlín ante 70 mil asistentes
La Iglesia no es una “organización más en una sociedad democrática”, sino el mismo Cuerpo de Cristo, y pertenecer al Cuerpo de Cristo constituye una “decisión seria” que cada uno tiene que tomar. “Algunos miran a la Iglesia, quedándose en su apariencia exterior”, constató el Papa, y así “la Iglesia aparece únicamente como una organización más en una sociedad democrática, a tenor de cuyas normas y leyes se juzga y se trata una figura tan difícil de comprender como es la ´Iglesia´". “La insatisfacción y el desencanto se difunden si no se realizan las propias ideas superficiales y erróneas acerca de la ´Iglesia´ y los ´ideales sobre la Iglesia´ que cada uno tiene”, subrayó el Papa. El Pontífice se refirió al evangelio recién proclamado, sobre la vid y los sarmientos que deben permanecer injertados en ella para no secarse. En esta parábola, explicó, “Jesús no dice: ´Vosotros sois la vid´, sino: ´Yo soy la vid, vosotros los sarmientos´”, lo cual significa: "Así como los sarmientos están unidos a la vid, de igual modo vosotros me pertenecéis. Pero, perteneciendo a mí, pertenecéis también unos a otros". Esta relación recíproca, advirtió el Papa, “no entraña un tipo cualquiera de relación teórica, imaginaria, simbólica, sino casi me atrevería a decir, un pertenecer a Jesucristo en sentido biológico, plenamente vital”. “En este mundo, Él continúa viviendo en su Iglesia. Él está con nosotros, y nosotros con Él”, añadió. “Por tanto, es Jesús quien sufre las persecuciones contra su Iglesia. Y, al mismo tiempo, no estamos solos cuando nos oprimen a causa de nuestra fe. Jesús está con nosotros”. La Iglesia es el "sacramento universal de salvación", que existe “para los pecadores, para abrirles el camino de la conversión, de la curación y de la vida. Ésta es la verdadera y gran misión de la Iglesia, que le ha sido confiada por Cristo”, subrayó, rechazando otras “visiones superficiales”. “Cada uno de nosotros – afirmó el Papa –, ha de afrontar una decisión a este respecto. El Señor nos dice de nuevo en una parábola lo seria que es: ´Al que no permanece en mí lo tiran fuera como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, arden´”. Esta dicotomía “nos hace comprender de forma insistente el significado existencial de nuestras decisiones de vida”, subrayó. Al mismo tiempo, dijo el Papa, la imagen de la vid “es un signo de esperanza y confianza”, pues “Dios sabe transformar en amor incluso las cosas difíciles y agobiantes de nuestra vida. Lo importante es que permanezcamos en la vid, en Cristo”.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Benedicto XVI en el avión rumbo a Alemania «Yo voy con alegría a mi Alemania y me siento feliz de llevar el mensaje de Cristo a mi tierra»

Fuente: R. Libertad El Papa sorprende con sus respuestas a las preguntas sobre las manifestaciones contra su visita y los escándalos sexuales. El Papa Benedicto XVI dijo hoy en el avión que le lleva a Berlín que la pederastia es un "crimen" y afirmó además que entendía las protestas contra su visita a Alemania. El papa señaló que era "lógico que las personas se puedan sentir escandalizadas" por los abusos sexuales por parte de clérigos a menores y que la Iglesia trabajará desde dentro contra este escándalo. También afirmó que era "normal" que en una sociedad libre, en este tiempo de secularización, haya personas que se manifiesten contra su presencia. El Papa se refirió a las manifestaciones previstas en Alemania contra su viaje y su presencia hoy en el Parlamento federal, donde pronunciará un discurso al que no asistirá un centenar de diputados de izquierdas. Escándalos sexuales En el tradicional encuentro con los periodistas que le acompañan en el avión, el papa fue preguntado por los casos de curas pederastas en Alemania y si ello ha supuesto un aumento del abandono por parte de los fieles de la Iglesia. A este respecto, Benedicto XVI consideró que "es lógica la situación de los que se sienten escandalizados por estos crímenes". "Puedo entender que esas personas y familiares y quienes han conocido esos casos digan esa no es mi Iglesia. La Iglesia es fuente de humanización y del amor y si los representantes hacen lo contrario es normal que digan que no es mi Iglesia", precisó. Benedicto XVI subrayó que, no obstante, el abandono de la Iglesia tiene múltiples causas sobre todo en esta época de secularización y que por ello hay que preguntarse y reflexionar "por qué estamos en la Iglesia". El Papa manifestó que la Iglesia "no es un asociación deportiva o cultural", donde se está según los intereses de cada uno y de la que se sale si no se encuentra una respuesta a esos intereses. Añadió que la Iglesia es una cosa más profunda y diferente a cualquier asociación humana y que hay que renovarla y aprender a trabajar desde el interior contra esos "escándalos". Manifestaciones contra su visita Preguntado sobre las manifestaciones contra su visita, respondió que "es algo normal, que en una sociedad libre y en un tiempo secularizado se pueden expresar contra la visita del papa". "Es justo que todos puedan expresar su contrariedad, pues cuando se expresa una posición no hay nada que objetar", añadió. Benedicto XVI subrayó que Alemania es además el país de la reforma protestante y durante años ha sido "normal" la contraposición con Roma. Puntualizó que son muchos los que están contentos y deseosos de su presencia, pues la sociedad necesita una fuerza moral en un tiempo donde se oscurece la presencia de Dios. "Voy con mucha alegría a mi Alemania para llevar a Cristo a mi tierra", exclamó. Encuentro ecuménico Benedicto XVI agregó que el encuentro ecuménico que tendrá mañana en Erfurt es el "punto central" de su viaje, ya que los cristianos tienen la misión de presentar al mundo el mensaje de Cristo. "Los católicos y protestantes deben trabajar juntos. Es un elemento fundamental de nuestro tiempo secularizado", dijo. Benedicto XVI refirió que aunque permanecen las diferencias y problemas es fundamental presentar unidos a la sociedad a Cristo.

martes, 20 de septiembre de 2011

El Papa afirma que el objetivo de su viaje es que los alemanes “regresen a Dios”

Religión El Santo Padre explica en un discurso televisado a sus compatriotas que su tercer viaje papal a su país natal no es ni un “show” ni turismo religioso El Papa visitará Alemania por tercera vez en su pontificado ForumLibertas.com El inminente viaja del Papa Benedicto XVI a Alemania que tendrá lugar del 22 al 25 de septiembre, está generando una gran expectación. Por un lado, el Santo Padre ha dejado claro que su tercer viaje desde que fue elegido Papa a su país natal no es ni un “show” ni turismo religioso. El único objetivo del Pontífice es que los alemanes regresen a Dios, según ha afirmado En un mensaje televisivo a sus compatriotas transmitido durante la ‘Wort zum Sonntag’ de la televisión pública alemana ARD, difundida ayer sábado por la tarde. Por otro lado, la visita del Papa ha generado una corriente de rechazo. Incluso en el propio parlamento. La oposición alemana ya ha anunciado que se propone boicotear el discurso ante el Parlamento federal de Benedicto XVI, primer Papa que interviene ante ese hemiciclo. Un centenar de diputados del Partido Socialdemócrata, Los Verdes y La Izquierda no asistirían a la sesión parlamentaria, por considerar que la intervención del Papa contraviene el principio de neutralidad religiosa del Bundestag. El Papa quiere que Dios “regrese a nuestro horizonte” En el mensaje televisivo a sus compatriotas transmitido, el Santo Padre explicó que su viaje a Alemania entre el 22 y el 25 de septiembre, “no es turismo religioso y menos aún un show” sino un esfuerzo para que "Dios regrese a nuestro horizonte", según reporta Aciprensa. En el video-mensaje Benedicto XVI recorrió algunos de los encuentros que sostendrá como el del Bundestag o Parlamento alemán en Berlín y el encuentro ecuménico en Erfurt, en la "iglesia agustiniana donde Lutero inició su camino". Al respecto, dijo, "no esperamos ningún evento sensacional: de hecho, la verdadera grandeza del evento consiste propiamente en esto, que en este lugar podremos pensar juntos, escuchar la Palabra de Dios y rezar, y así estaremos íntimamente cerca y se manifestará un verdadero ecumenismo". Sobre su viaje, el Pontífice dijo que "todo esto no es turismo religioso, y menos aún un ‘show’. ¿De qué se trata? Lo dice el lema de estos días: ‘Donde está Dios, ahí hay futuro’. Debería tratarse del hecho de que Dios regrese a nuestro horizonte, este Dios muy seguido totalmente ausente, pero del cual tenemos necesidad". A quienes cuestionan a Dios "porque no podemos tocarlo como un utensilio o tomarlo en la mano como cualquier objeto", el Papa alentó a "desarrollar de nuevo la capacidad de la percepción de Dios, capacidad que existe en nosotros. Podemos intuir algo de la grandeza de Dios en la grandeza del cosmos. Podemos utilizar el mundo a través de la técnica, porque ello es construido de manera racional". "En la gran racionalidad del mundo podemos intuir el espíritu creador del cual esto proviene, y en la belleza de la creación podemos intuir algo de la belleza, de la grandeza, de la bondad de Dios". Finalmente el Papa dijo que "en estos días queremos empeñarnos en volver a ver a Dios, en volver nosotros mismos a ser personas por medio de las cuales entre al mundo la luz de la esperanza, que es luz que viene de Dios y que nos ayuda a vivir".

En Ancona el Papa clausura el Congreso eucarístico nacional alertando de un modelo de desarrollo que no tenga al hombre en su centro Las piedras y el pan

Queridísimos hermanos y hermanas: Hace seis años, el primer viaje apostólico en Italia de mi pontificado me llevó a Bari, con ocasión del 24° Congreso eucarístico nacional. Hoy he venido a clausurar solemnemente el 25°, aquí en Ancona. Doy gracias al Señor por estos intensos momentos eclesiales que refuerzan nuestro amor a la Eucaristía y nos ven reunidos en torno a la Eucaristía. Bari y Ancona, dos ciudades que se asoman al mar Adriático; dos ciudades ricas de historia y de vida cristiana; dos ciudades abiertas a Oriente, a su cultura y su espiritualidad; dos ciudades que los temas de los Congresos eucarísticos han contribuido a acercar: en Bari hemos hecho memoria de cómo "sin el Domingo no podemos vivir"; hoy, nuestro reencuentro se caracteriza por la "Eucaristía para la vida cotidiana". Antes de ofreceros alguna reflexión, quiero agradecer vuestra coral participación: en vosotros abrazo espiritualmente a toda la Iglesia que está en Italia. Dirijo un saludo agradecido al presidente de la Conferencia episcopal, cardenal Angelo Bagnasco, por las cordiales palabras que me ha dirigido también en nombre de todos vosotros; a mi legado para este Congreso, cardenal Giovanni Battista Re; al arzobispo de Ancona-Ósimo, monseñor Edoardo Menichelli, a los obispos de la provincia eclesiástica de Las Marcas y a los que han acudido numerosos de cada parte del país. Junto con ellos, saludo a los sacerdotes, los diáconos, los consagrados y las consagradas, y a los fieles laicos, entre los cuales veo muchas familias y muchos jóvenes. Mi agradecimiento va también a las autoridades civiles y militares y a cuantos, de diversas maneras, han contribuido al buen éxito de este acontecimiento. "Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?" (Jn 6, 60). Ante el discurso de Jesús sobre el pan de vida, en la Sinagoga de Cafarnaún, la reacción de los discípulos, muchos de los cuales abandonaron a Jesús, no está muy lejos de nuestras resistencias ante el don total que él hace de sí. Porque acoger verdaderamente este don quiere decir perderse a sí mismo, dejarse fascinar y transformar, hasta vivir de él, como nos ha recordado el apóstol san Pablo en la segunda lectura: "Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que ya vivamos ya muramos, somos del Señor" (Rm 14, 8). "Este modo de hablar es duro"; es duro porque con frecuencia confundimos la libertad con la ausencia de vínculos, con la convicción de poder actuar por nuestra cuenta, sin Dios, a quien se ve como un límite para la libertad. Y esto es una ilusión que no tarda en convertirse en desilusión, generando inquietud y miedo, y llevando, paradójicamente, a añorar las cadenas del pasado: "Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en la tierra de Egipto", decían los israelitas en el desierto (Ex 16, 3), como hemos escuchado. En realidad, sólo en la apertura a Dios, en la acogida de su don, llegamos a ser verdaderamente libres, libres de la esclavitud del pecado que desfigura el rostro del hombre, y capaces de servir al verdadero bien de los hermanos. "Este modo de hablar es duro"; es duro porque el hombre cae con frecuencia en la ilusión de poder "transformar las piedras en pan". Después de haber dejado a un lado a Dios, o haberlo tolerado como una elección privada que no debe interferir con la vida pública, ciertas ideologías han buscado organizar la sociedad con la fuerza del poder y de la economía. La historia nos demuestra, dramáticamente, cómo el objetivo de asegurar a todos desarrollo, bienestar material y paz prescindiendo de Dios y de su revelación concluyó dando a los hombres piedras en lugar de pan. El pan, queridos hermanos y hermanas, es "fruto del trabajo del hombre", y en esta verdad se encierra toda la responsabilidad confiada a nuestras manos y nuestro ingenio; pero el pan es también, y ante todo, "fruto de la tierra", que recibe de lo alto sol y lluvia: es don que se ha de pedir, quitándonos toda soberbia y nos hace invocar con la confianza de los humildes: "Padre (...), danos hoy nuestro pan de cada día" (Mt 6, 11). El hombre es incapaz de darse la vida a sí mismo, él se comprende sólo a partir de Dios: es la relación con él lo que da consistencia a nuestra humanidad y lo que hace buena y justa nuestra vida. En el Padrenuestro pedimos que sea santificado su nombre, que venga su reino, que se cumpla su voluntad. Es ante todo el primado de Dios lo que debemos recuperar en nuestro mundo y en nuestra vida, porque es este primado lo que nos permite reencontrar la verdad de lo que somos; y en el conocimiento y seguimiento de la voluntad de Dios donde encontramos nuestro verdadero bien. Dar tiempo y espacio a Dios, para que sea el centro vital de nuestra existencia. ¿De dónde partir, como de la fuente, para recuperar y reafirmar el primado de Dios? De la Eucaristía: aquí Dios se hace tan cercano que se convierte en nuestro alimento, aquí él se hace fuerza en el camino con frecuencia difícil, aquí se hace presencia amiga que transforma. Ya la Ley dada por medio de Moisés se consideraba como "pan del cielo", gracias al cual Israel se convierte en el pueblo de Dios; pero en Jesús, la palabra última y definitiva de Dios, se hace carne, viene a nuestro encuentro como Persona. Él, Palabra eterna, es el verdadero maná, es el pan de la vida (cf. Jn 6, 32-35); y realizar las obras de Dios es creer en él (cf. Jn 6, 28-29). En la última Cena Jesús resume toda su existencia en un gesto que se inscribe en la gran bendición pascual a Dios, gesto que él, como hijo, vive en acción de gracias al Padre por su inmenso amor. Jesús parte el pan y lo comparte, pero con una profundidad nueva, porque él se dona a sí mismo. Toma el cáliz y lo comparte para que todos pueden beber de él, pero con este gesto él dona la "nueva alianza en su sangre", se dona a sí mismo. Jesús anticipa el acto de amor supremo, en obediencia a la voluntad del Padre: el sacrificio de la cruz. Se le quitará la vida en la cruz, pero él ya ahora la entrega por sí mismo. Así, la muerte de Cristo no se reduce a una ejecución violenta, sino que él la transforma en un libre acto de amor, en un acto de autodonación, que atraviesa victoriosamente la muerte misma y reafirma la bondad de la creación salida de las manos de Dios, humillada por el pecado y, al final, redimida. Este inmenso don es accesible a nosotros en el Sacramento de la Eucaristía: Dios se dona a nosotros, para abrir nuestra existencia a él, para involucrarla en el misterio de amor de la cruz, para hacerla partícipe del misterio eterno del cual provenimos y para anticipar la nueva condición de la vida plena en Dios, en cuya espera vivimos. ¿Pero qué comporta para nuestra vida cotidiana este partir de la Eucaristía a fin de reafirmar el primado de Dios? La comunión eucarística, queridos amigos, nos arranca de nuestro individualismo, nos comunica el espíritu de Cristo muerto y resucitado, nos conforma a él; nos une íntimamente a los hermanos en el misterio de comunión que es la Iglesia, donde el único Pan hace de muchos un solo cuerpo (cf. 1 Co 10, 17), realizando la oración de la comunidad cristiana de los orígenes que nos presenta el libro de la Didaché: "Como este fragmento estaba disperso sobre los montes y reunido se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino" (IX, 4). La Eucaristía sostiene y transforma toda la vida cotidiana. Como recordé en mi primera encíclica, "en la comunión eucarística, está incluido a la vez el ser amados y el amar a los otros", por lo cual "una Eucaristía que no comporte un ejercicio concreto del amor es fragmentaria en sí misma" (Deus caritas est, 14). La historia bimilenaria de la Iglesia está constelada de santos y santas, cuya existencia es signo elocuente de cómo precisamente desde la comunión con el Señor, desde la Eucaristía nace una nueva e intensa asunción de responsabilidades a todos los niveles de la vida comunitaria; nace, por lo tanto, un desarrollo social positivo, que sitúa en el centro a la persona, especialmente a la persona pobre, enferma o necesitada. Nutrirse de Cristo es el camino para no permanecer ajenos o indiferentes ante la suerte de los hermanos, sino entrar en la misma lógica de amor y de donación del sacrificio de la cruz. Quien sabe arrodillarse ante la Eucaristía, quien recibe el cuerpo del Señor no puede no estar atento, en el entramado ordinario de los días, a las situaciones indignas del hombre, y sabe inclinarse en primera persona hacia el necesitado, sabe partir el propio pan con el hambriento, compartir el agua con el sediento, vestir a quien está desnudo, visitar al enfermo y al preso (cf. Mt 25, 34-36). En cada persona sabrá ver al mismo Señor que no ha dudado en darse a sí mismo por nosotros y por nuestra salvación. Una espiritualidad eucarística, entonces, es un auténtico antídoto ante el individualismo y el egoísmo que a menudo caracterizan la vida cotidiana, lleva al redescubrimiento de la gratuidad, de la centralidad de las relaciones, a partir de la familia, con particular atención en aliviar las heridas de aquellas desintegradas. Una espiritualidad eucarística es el alma de una comunidad eclesial que supera divisiones y contraposiciones y valora la diversidad de carismas y ministerios poniéndolos al servicio de la unidad de la Iglesia, de su vitalidad y de su misión. Una espiritualidad eucarística es el camino para restituir dignidad a las jornadas del hombre y, por lo tanto, a su trabajo, en la búsqueda de conciliación de los tiempos dedicados a la fiesta y a la familia y en el compromiso por superar la incertidumbre de la precariedad y el problema del paro. Una espiritualidad eucarística nos ayudará también a acercarnos a las diversas formas de fragilidad humana, conscientes de que ello no ofusca el valor de la persona, pero requiere cercanía, acogida y ayuda. Del Pan de la vida sacará vigor una renovada capacidad educativa, atenta a testimoniar los valores fundamentales de la existencia, del saber, del patrimonio espiritual y cultural; su vitalidad nos hará habitar en la ciudad de los hombres con la disponibilidad a entregarnos en el horizonte del bien común para la construcción de una sociedad más equitativa y fraterna. Queridos amigos, volvamos de esta tierra de Las Marcas con la fuerza de la Eucaristía en una constante ósmosis entre el misterio que celebramos y los ámbitos de nuestra vida cotidiana. No hay nada auténticamente humano que no encuentre en la Eucaristía la forma adecuada para ser vivido en plenitud: que la vida cotidiana se convierta en lugar de culto espiritual, para vivir en todas las circunstancias el primado de Dios, en relación con Cristo y como donación al Padre (cf. Exhort. ap. postsin. Sacramentum caritatis, 71). Sí, "no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4, 4): nosotros vivimos de la obediencia a esta palabra, que es pan vivo, hasta entregarnos, como Pedro, con la inteligencia del amor: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (Jn 6, 68-69). Como la Virgen María, seamos también nosotros "regazo" disponible que done a Jesús al hombre de nuestro tiempo, despertando el deseo profundo de aquella salvación que sólo viene de él. Buen camino, con Cristo Pan de vida, a toda la Iglesia que está en Italia. Amén. Los medios italianos, al informar de la visita de Benedicto XVI a Ancona, se han detenido en la preocupación del Papa, que es obispo de Roma y primado de Italia, por la falta y la precariedad del trabajo. Una elección informativa comprensible sobre todo en este tiempo de crisis y que ha subrayado la cercanía del Pontífice -expresada también en los momentos de encuentro con algunos representantes de los trabajadores y de quien vive en mayor dificultad- y la participación en la visita papal de exponentes de la vida pública presentes significativamente sin distinciones de afiliación política. Pero el viaje de Benedicto XVI y sus discursos tienen mayor amplitud. Como siempre, el Papa -que ha clausurado el vigésimoquinto Congreso eucarístico nacional italiano- ha ido a la raíz de las cuestiones. Y ha exhortado a reflexionar sobre las consecuencias históricas de los intentos de ordenar la sociedad por parte de ideologías que "han pretendido organizar la sociedad con la fuerza del poder y de la economía" dejando a Dios de lado, porque como resultado se han obtenido "piedras en lugar de pan". Es por lo tanto la primacía de Dios aquello que hay que restablecer, pues el hombre necesita el pan para vivir. El pan de cada día, ciertamente; pero sobre todo aquél verdadero, que es Cristo mismo. He aquí la centralidad de la Eucaristía y de sus consecuencias que, parafraseando un célebre título de Jean Daniélou, se podrían definir políticas. Del sacramento que está en el corazón de la fe cristiana nacen de hecho -dijo el Papa- una nueva asunción de responsabilidad comunitaria y "un desarrollo social positivo, que tiene en el centro a la persona, especialmente a la pobre, enferma o necesitada". A la meditación sobre el pan, Benedicto XVI ha sumado, en el encuentro con los novios -no usual, como el otro que ha reunido en la catedral a matrimonios y sacerdotes-, aquella sobre el segundo signo eucarístico, el vino. En particular acerca del de la fiesta, que falta durante el banquete de bodas en Caná del cual Jesús era invitado con su madre. También hoy falta este vino, pero también hoy, como aquel día, Cristo lo quiere brindar a cada uno. En la amistad que ofrece a todo ser humano. (©L'Osservatore Romano - 18 de septiembre de 2011)

sábado, 17 de septiembre de 2011

¿Por qué ir a Misa los domingos?

Reflexión del domingo 25 del tiempo ordinario ciclo A

ENEDICTO XVI A LOS NUEVOS OBISPOS: COMUNIÓN CON EL PAPA, AMISTAD CON LOS SACERDOTES, ACOGER LOS CARISMAS, SANTIDAD DE VIDA Y CARIDAD PASTORAL


B
El ministerio episcopal al servicio del sacerdocio común de los fieles
Hoy quisiera reflexionar brevemente con vosotros sobre la importancia de la acogida, por parte del obispo, de los carismas que el Espíritu suscita para la edificación de la Iglesia. La consagración episcopal os ha conferido la plenitud del sacramento del Orden, que, en la Comunidad eclesial, se pone al servicio del sacerdocio común de los fieles, de su crecimiento espiritual y de su santidad. El sacerdocio ministerial, como sabéis, tiene el objetivo y la misión de hacer vivir el sacerdocio de los fieles, que, por el Bautismo, participan a su modo en el único sacerdocio de Cristo, como afirma la Constitución conciliar Lumen gentium: “El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo” (nº10). Por esta razón, los obispos tienen el deber de vigilar y actuar para que los bautizados puedan crecer en la gracia y según los carismas que el Espíritu Santo suscita en sus corazones y en sus comunidades. El Concilio Vaticano II recordó que el Espíritu Santo, mientras unifica en la comunión y en el ministerio de la Iglesia, la provee y la dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cfr ibid.,4). La reciente Jornada Mundial de la Juventud en Madrid ha mostrado, una vez más, la fecundidad de los carismas en la Iglesia, concretamente hoy, y la unidad eclesial de todos los fieles reunidos en torno al Papa y a los obispos. Una vitalidad que refuerza la obra de evangelización y la presencia de Cristo en el mundo. Y vemos, podemos casi tocar, que el Espíritu Santo, todavía hoy, está presente en la Iglesia, que crea carismas y unidad.


Lo esencial es que nos convertimos en hijos e hijas de Dios
El don fundamental que estáis llamados a alimentar en los fieles confiados a vuestro cuidado pastoral es, antes que nada, el de la filiación divina, que es la participación de cada uno en la comunión trinitaria. Lo esencial es que nos convertimos verdaderamente en hijos e hijas en el Hijo. El Bautismo, que constituye a los hombres “hijos en el Hijo” y miembros de la Iglesia, es raíz y fuente de todos los demás dones carismáticos. Con vuestro ministerio de santificación, educáis a los fieles a participar cada vez más intensamente en el oficio sacerdotal, profético y real de Cristo, ayudándoles a edificar la Iglesia, según los dones recibidos de Dios, en modo activo y corresponsable. De hecho, debemos tener siempre presente que los dones del Espíritu, por extraordinarios o sencillos y humildes que sean, se donan gratuitamente para la edificación de todos. El obispo, en cuanto a signo visible de la unidad de su Iglesia particular (cfr ibid., 23), tiene el deber de unificar y armonizar la diversidad carismática en la unidad de la Iglesia, favoreciendo la reciprocidad entre el sacerdocio jerárquico y sacerdocio bautismal.


No extinguir los carismas
Acoged, por tanto, los carismas con gratitud ¡por la santificación de la Iglesia y la vitalidad del apostolado! Y esta acogida y gratitud hacia el Espíritu Santo, que trabaja también hoy entre nosotros, son inseparables del discernimiento,que es propio de la misión del obispo, como ha afirmado el Concilio Vaticano II que ha confiado al ministerio pastoral el juicio sobre la autenticidad de los carismas y sobre su ordenado ejercicio, sin extinguir el Espíritu, pero examinando y teniendo en cuenta lo que es bueno (cfr. ibid., 12). Esto me parece importante: por una parte no extinguir, pero por la otra distinguir, ordenar y tener en cuenta examinando. Por esto debe estar siempre claro que ningún carisma dispensa de la referencia y de la sumisión a los Pastores de la Iglesia (cfr. Exhort. ap. Christifideles laici, 24). Acogiendo, juzgando y ordenando los diversos dones y carismas, el obispo realiza un gran y precioso servicio al sacerdocio de los fieles y a la vitalidad de la Iglesia, que resplandecerá como esposa del Señor, revestida de la santidad de sus hijos.


La cercanía con los sacerdotes es de extrema importancia
Os exhorto, por tanto, queridos hermanos, a permanecer siempre en la presencia del buen Pastor y a asimilar cada vez más sus sentimientos y sus virtudes humanas y sacerdotales, mediante la oración personal que debe acompañar vuestras difíciles jornadas apostólicas. En la intimidad con el Señor encontraréis consuelo y apoyo para vuestro comprometido ministerio. No tengáis miedo de confiar al corazón de Jesucristo todas vuestras preocupaciones, seguros de que Él os cuida, como ya amonestaba el apóstol Pedro (cfr 1Pe 5,6). Que la oración se nutra siempre de la meditación de la Palabra de Dios, del estudio personal y del justo reposo, para que podáis saber escuchar y acoger con serenidad “lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (Ap 2,11) y conducir a todos a la unidad de la fe y del amor. Con la santidad de vuestra vida y la caridad pastoral seréis ejemplo y ayuda a los sacerdotes, vuestros principales e imprescindibles colaboradores. Será vuestra urgencia hacerles crecer en la corresponsabilidad como sabios guías de los fieles, que con vosotros están llamados a edificar la Comunidad con sus dones, sus carismas y con el testimonio de sus vidas, para que en la pluralidad de la comunión, la Iglesia de testimonio de Jesucristo y el mundo crea. Y esta cercanía con los sacerdotes, todavía hoy, con todos sus problemas, es de grandísima importancia. Confiando vuestro ministerio a María, Madre de la Iglesia, que brilla ante el Pueblo de Dios llena de los dones del Espíritu Santo, imparto con afecto a cada uno de vosotros, a vuestras diócesis y particularmente a vuestros sacerdotes, la Bendición Apostólica.